Hace un cuarto de siglo (¡me produce pavor pensarlo!), mi interés por la psiquiatría era importante. Quería consagrar mi vida profesional a esta disciplina, como decía Ortega y Gasset, la menos medica de la medicina. Por ello comencé mi doctorado en psiquiatría y mi formación terapéutica en sofrología y en terapia gestáltica. Tuve una enorme suerte de encontrar a los mejores, en un centro madrileño, que me abrieron los ojos hacia dos maestros del arte terapéutico Fritz Perls y su discípulo Claudio Naranjo. Los dos médicos, el primero centroeuropeo, heredero del psicoanálisis y reaccionario ante él, y el segundo chileno y amante de lo transpersonal y las antiguas tradiciones. Curiosamente, desde el principio, me sentí mas atraído por mi colega latinoamericano, le viví mas integrador y a la vez mas trasgresor.
Acabo de leer un buen libro suyo: “Entre meditación y psicoterapia”, donde recoge, con una asombrosa facilidad y erudición, las bases fundacionales de las grandes tradiciones y religiones para aplicar sus principios al arte de acompañar a las personas para que crezcan personal y transpersonalmente. Lo que hace Claudio no es nuevo, al contrario, es tan antiguo como nuestra propia civilización y podemos verlo en la forma mediterránea de la Escuela Pitagórica o en la versión de los Terapeutas del desierto, con Filón de Alejandría a la cabeza.
Mucho es lo que tenemos que aprender de este gran sabio posmoderno, pero sobretodo cabe destacar su gran capacidad humana, por haber sintetizado e integrado lo mejor de Occidente y Oriente.
Hace muchos años tuve el privilegio de asistir a un seminario que impartía el maestro y aún recuerdo cómo me atreví a acercarme a él con respeto y cierto temor, como el discípulo que se acerca al sabio, para encontrar la clave de su existencia. De manera atropellada le relaté que era médico como él, que estudiaba psiquiatría y que estaba formándome en terapia gestáltica…, y además había iniciado mi formación en meditación y me aburría como una ostra. Cada vez que me sentaba para respirar y mantener mi postura corporal y mi distancia sobre mi bulliciosa cabeza, era un suplicio. Me escuchó y con su gran humanidad y tras una gran carcajada me respondió “No sufra hombre….,pruebe como he hecho yo con la meditación tibetana, es mas colorista y divertida”.