Desde hace miles de años, los sueños han sido considerados puentes y brechas para adentrarnos en las profundidades de nuestro ser. Durante nuestro sueño, no hay censuras, no ejercemos control sobre las emociones e imágenes más íntimas que conforman la urdimbre de nuestra alma.
Siempre me ha atraído el mundo onírico, desde que a los 17 años leí por primera vez el texto de Sigmund Freud «La interpretación de los sueños», texto emblemático que inauguró la investigación psicológica de los sueños y que pesé a su redacción en 1889, sigue despertando interés entre los acólitos del psicoanálisis. Pese a esta situación, mi experiencia no es freudiana, sino más chamánica y, por supuesto más jungiana.
En este blog, he relatado, cómo en algunas ocasiones, la consulta de un diccionario enciclopédico que me regalaron mis padres, hacía que fijara la atención en fotos, dibujos o textos que han marcado mi vida posterior y la siguen marcando en la actualidad. No era conocedor de lo que estaba ocurriendo, pero con tan solo 10 años, mi interés fijó la atención en 3 nombres, que desde mi más absoluta ignorancia representaban la sabiduría. No entiendo por qué pensaba aquello, pues en el colegio no me habían hablado de ellos y mi joven mente aún no tenía criterio alguno para poder tomar la decisión, de que aquellos nombres, representaban mi ideal de perfección, de conducta y de conocimiento. Hablo de Sócrates, Platón y C. G. Jung. Un pequeño texto ilustraba a estas figuras del pensamiento donde se recogían sus logros más representativos. En el caso de Sócrates, se ilustraba el texto con un busto clásico que se supone recogía las feas facciones del sabio ateniense. En el caso de Platón, se ilustraba con un colorido dibujó! que mucho más tarde supe que representaba el fresco de la escuela de Atenas que el pintor Rafael había plasmado en el Vaticano y que reflejaba el rostro de su contemporáneo Leonardo Da Vinci. El psiquiatra suizo estaba representado por una fotografía de, el ya anciano, con una mueca picara e inteligente.
Aún hoy no sabría decir qué tipo de impulso fijó mi atención en estas figuras del pensamiento, pero sí puedo afirmar con total rotundidad que no fue al azar ni aleatorio aquel hecho, pues siendo ya médico, tuve un extraño sueño, que cambió el rumbo de mi visión del ser humano. El sueño transcurría en una fría ciudad y era de noche. Frente a mí había una noble casa, lujosa y con techos puntiagudos, típica de una ciudad del Norte de Europa. Cuando me acerco a la puerta de la casa, observo que tras la misma, hay una puerta de cristal esmerilado que refleja una figura de un individuo que va a salir en ese momento de la casa. Me retiro y, rodeado en un extraño y misterioso halo luminoso, observo que es Jung que me mira y sigue su recorrido. No me habla, sólo me mira y siento que en aquella figura hay algo extraño e inexplicable que me empuja a su encuentro. No fue un sueño normal. Después de muchos años aún lo recuerdo con nitidez y siento esa atmósfera onírica y misteriosa que envolvía a Jung. Estoy convencido que tuve un encuentro más allá de lo onírico y real, con un daimon y ese encuentro marcó mi vida posterior.
Pasados muchos años y después de muchas vicisitudes, realicé mis estudios de doctorado en psiquiatría y mi tesis doctoral se fundamentaba en los trabajos del eminente sabio suizo. Es más, toda mi visión de la realidad y mis estudios se centran en la psicología imaginal, heredera de la tradición griega de Sócrates y Platón y por supuesto reactivada por los estudios de Jung. ¿Causalidad?…, no lo creo, no creo en las casualidades. Estoy convencido que mi daimon personal, me guía y que es este el que hizo posible mi encuentro con estos tres seres extraordinarios.