Hace 13 años cayó en mis manos un libro que desde entonces me acompaña, pero lo que me más me seduce de él es el espíritu de su autor. Ya saben los lectores asiduos de este humilde blog, que soy un omnívoro de la lectura y en muchas ocasiones he encontrado los mejores tesoros en mis incursiones en géneros literarios, o autores que nunca racionalmente hubiera elegido.
Este pequeño y humilde libro, escrito en los años 50 (ya del pasado siglo, ósea del mío), por un humilde monje americano del Cister, que obtuvo permiso de sus superiores para vivir en la más estricta soledad, en una pequeña ermita, en los terrenos de la abadía de Getsemaní en los Estados Unidos. En aquel libro, que era un diario íntimo donde el monje recogía sus impresiones y percepciones, sus luchas internas y su búsqueda de la VERDAD, se recogía algo más profundo y ese algo era una gran generosidad y amor a los demás, pues aquel hombre estaba abriendo su alma y sus entrañas a “los otros”, para darse al mundo. Aquellas vivencias me capturaron de tal manera que desde entonces profundicé en su persona: el Padre Louis, nacido en Francia, convertido al catolicismo ya siendo adulto y que se convirtió y sigue siendo uno de los mayores maestros espirituales de todos los tiempos, no solo para los católicos, sino para todas las creencias religiosas. Todo el mundo lo reconoce por su verdadero nombre: Thomas Merton.
No quiero aquí desentrañar las interioridades de Merton, pues pienso que a los grandes hombres hay que irlos descubriendo poco a poco, seguir sus pistas, buscar sus señales y sobre todo, contemplar cómo sus vidas ayudan a otras vidas a seguir los sinuosos caminos de la existencia. En mi caso, Merton me llevó suavemente por campos y territorios inexplorados, convirtiéndose para mí en un maestro de vida. Cuando algún amigo me pregunta cómo definiría a Merton, siempre comento lo mismo: “un eterno buscador, lleno de pasión y de amor”.
Y es que su efímera vida, truncada bruscamente por un accidente, es como si juntáramos en su mismo ser a “los padres del desierto” con dosis de Emerson, Thoreau y Whitman y aliñado con la tradición Zen y Taoísta……y todo ello sin dejar de ser auténtica y profundamente Cristiano.