En toda la literatura iniciática sobre las tradiciones de todos los tiempos, siempre se resalta que la vida está repleta de señales y de signos. Estas señales son pequeños guiños del destino, que nos asaltan durante nuestro camino y que encierran profundas lecciones de vida.
Debemos estar atentos y con la conciencia alerta para ver estas señales, para sentir estos momentos y, sobretodo, para ser capaces de extraer la sabiduría que encierran. No existen libros de interpretación, al igual que tampoco existen gurús, ni terapeutas que las interpreten por nosotros. Debemos ser nosotros, única e intransferiblemente, los que debemos verlas, sentirlas, degustarlas y extraer su jugo existencial.
Desde hace muchos años, he aprendido que en la vida no hay coincidencias, que todo tiene algún sentido, aunque parezca paradójico e irreal. De igual manera, todo tiene que ver con todo y cada acción tiene repercusiones en el todo, esto es lo que la filosofía budista denomina “interser”: la tupida red de interrelaciones existenciales.
Es bastante probable que muchos de los lectores piensen que un pensamiento racional, lógico, científico, crítico, moderno, no puede tener estas creencias, la vida es lo que es y nada más. Pero la vida está repleta de magia, de poesía y de niveles de conciencia que necesitan de un estado determinado de percepción para poder ser reconocidos y vividos. ¡Cuántos santos y místicos de todos los siglos han sido denostados como locos, sólo porque su percepción de la realidad es distinta…!
Hace más de 20 años, yo era un becario que realizaba mi proyecto de tesis doctoral en un Departamento dela Universidad y mi ilusión era convertirme en profesor del mismo y continuar mi labor investigadora. Este sueño se vio truncado cuando mi tutor y director fue destinado a otra universidad y a otro hospital, dejando en la estacada a otro compañero y a mí, ambos becados por el Rectorado de la UCM, sin poder concluir el proyecto de investigación y dejando encallada la tesis.
Aquella situación representó para mí un gran dolor y frustración. Mi estado de depresión me indicaba con certeza que mi futuro científico concluía allí, mis sueños, mi destino como docente e investigador se habían esfumado. Mi ira y mi rabia, se apoderó de la razón, de tal manera que no podía quitármelo de la cabeza… Abandoné aquellos sueños, encaminé mi vida por otros caminos profesionales y sané mis heridas emocionales.
Hace unos días acepté una oferta como profesor en el mismo Departamento en el que comencé hace 20 años para impartir la asignatura que siempre había querido. Regresé a mi antiguo Departamento, todo estaba igual. Cuando cogí el ascensor, mi sorpresa fue mayúscula, mi antiguo tutor había regresado. Nos reconocimos, pese al paso de los años para ambos, nos miramos y nos saludamos afectuosamente: mis heridas emocionales habían sanado, pero mi ciclo vital volvía a su comienzo, porque ya se sabe que “todo es un eterno retorno”.