En estos días asisto preocupado y con consternación al estado de ánimo de la que considero mi hermana, experta psicóloga, consternada por la pérdida de un joven paciente que se ha suicidado. Pese a su sólida formación terapéutica, se interroga una y otra vez por los motivos que han podido llevar a un joven de 17 años a quitarse la vida.
Es cierto que en el suicidio se concita patología psiquiátrica, como la depresión, el trastorno límite de la personalidad o la esquizofrenia; pero aun así, sigue siendo existencialmente difícil de entender los razonamientos internos de una persona para quitarse la vida. Probablemente esto es así porque no existe una razón lógica para lo ilógico. Comparto su dolor, porque como médico he tenido la dura experiencia, y solo puedo quererla, escucharla y acompañarla. Mi experiencia del suicidio la lleve a un libro: “La sombra del dolor”, donde pude terapéuticamente volcar la sinrazón, el dolor y mi propia angustia.
Son importantes las iniciativas que se están llevando a cabo para prevenir el suicidio. Se está fomentando la detección precoz de los signos de alarma de suicidio, se están realizando programas de apoyo a las familias de los pacientes que se suicidan y múltiples acciones encuadradas en programas y protocolos, cuya eficacia existe…; pero sigue siendo insuficiente.
Hoy os traigo aquí el artículo recientemente publicado en el rotativo “El País”, por mi amiga Mercedes Navío, buena psiquiatra y mejor persona. Y quiero aprovechar para insistir en que debemos fomentar las herramientas y recursos adecuados desde los dispositivos, no solo sanitarios, sino sociales y educativos, para realizar programas de prevención. Y para ello resulta imprescindible el fomento de hábitos saludables y de higiene mental, que permitan al individuo tener apoyos personales, familiares y sociales.