Yo tenía quince años y mi abuela, ya con un Alzheimer avanzado, vivía con nosotros. De pronto, la puerta se abrió y ella ya no estaba. Aquellos minutos –buscándola por la calle, imaginando toda clase de situaciones– se reflejaban en la cara de mi madre que expresaba, además de la angustia, una sensación de pérdida y de vulnerabilidad que no comprendí hasta más adelante. Esa experiencia juvenil es la semilla de mi reflexión actual y de una verdadera convicción profesional: combatir la soledad no deseada es tan urgente como tratar una arritmia o prevenir un ictus.
Que estamos viviendo una situación convulsa, en una sociedad en permanente transformación, no es nada nuevo. La volatilidad de las situaciones, la fragilidad de los sistemas, la incertidumbre de lo que podría ocurrir, la complejidad de procesos e interrelaciones y la ambigüedad para la toma de decisiones se ha convertido en una normalidad. Vivir en un mundo frágil, ansioso y no lineal hace que la mayoría de los eventos, causas y decisiones sean incomprensibles. Un mundo que está hiperconectado; y a pesar de esa hiperconexión, estamos cada vez más solos.
Tal como señalan investigaciones recientes, la soledad no deseada aumenta un 26 % el riesgo de mortalidad, y afecta a la adherencia terapéutica, la recuperación postquirúrgica o el deterioro funcional en enfermedades crónicas. Por tanto, veo cada vez más relevante la pregunta clínica «¿vive solo?» en el entorno sociosanitario.
En España, se estima que afecta al 13,5 % de la población. Las personas mayores de 65 años encabezan las cifras, pero también lo hacen adolescentes, jóvenes adultos y mujeres. Según los datos del Barómetro de la Soledad 2024, esta situación ha sido vivida en algún momento por siete de cada diez personas. Además, es una situación que se cronifica: más del 67 % de quienes se sienten solos llevan más de dos años en esa situación, lo que confirma la existencia de una soledad crónica en el 13,5 % de la población y paradójicamente, casi la totalidad de los encuestados considera que es un problema invisible y reconoce que cualquier persona puede sufrirla. Es destacable también que la digitalización no garantiza compañía: un 45 % de las personas solas mantiene con su familia un contacto predominantemente on-line.
La soledad convertida en riesgo
Y no solo en España, la evidencia internacional, como la publicada por la OMS y The Lancet Public Health, señala que el impacto de la soledad es comparable al de otros factores de riesgo como la obesidad o el tabaquismo. Además, indica que sus efectos son especialmente graves entre las personas mayores, los pacientes con enfermedades crónicas, las mujeres que viven solas y los jóvenes en situaciones de exclusión. Las estimaciones actuales apuntan que estas personas tienen mayor riesgo de depresión, accidente cerebrovascular, ansiedad, demencia, suicidio y mortalidad prematura.
Esta situación, que no figura de forma sistemática en las historias clínicas y no es objeto de intervención directa, se aborda de manera fragmentada o paliativa, lo que pone de relieve la necesidad de una nueva mirada en el sistema sanitario; una mirada que integre lo emocional y relacional como dimensiones fundamentales del cuidado.
Frente a este desafío, están surgiendo iniciativas inspiradoras que conectan, como los programas de acompañamiento telefónico, redes vecinales y prescripción social. Iniciativas como “Adopta Un Abuelo” han revolucionado el acompañamiento intergeneracional: más de 12.000 personas mayores han sido acompañadas por jóvenes voluntarios, generando vínculos reales que transforman vidas. La soledad no se combate solo con voluntad individual.
Necesitamos una respuesta colectiva, sistémica y sostenida. Desde las políticas públicas, el urbanismo, la educación, los medios de comunicación y el diseño de los servicios sanitarios, porque el diseño social importa tanto como la intervención clínica. La teleasistencia, los programas de respiro familiar, la orientación a cuidadores o la atención domiciliaria se configuran como herramientas clave que deben estar articuladas desde una mirada humanizadora.
Comisión de Conexión Social: un recurso clave para combatir la soledad no deseada
La OMS ha anunciado la creación de una nueva Comisión de Conexión Social para abordar la soledad como una amenaza acuciante para la salud, promover la conexión social como prioridad y acelerar la ampliación de las soluciones en los países de todos los ingresos.
En este contexto necesitamos profesionales formados para detectar la soledad, entornos que favorezcan la conversación, comunidades que abracen la diversidad y líderes que entiendan que la salud también se cultiva desde el encuentro. Porque debemos tener en cuenta que no somos empáticos por naturaleza, no es fácil “ponerse en los zapatos del otro”. Los últimos estudios científicos respecto a la capacidad de empatizar con otros, indican que no es un proceso instintivo, sino de aprendizaje y mentalización.
Humanizar no es solo tratar bien. Es ver al otro como un ser digno, único, con historia y con heridas. Humanizar es diseñar sistemas donde cada persona se sienta reconocida, acogida y valorada. Y, sobre todo, es no permitir que nadie quede atrás, ni siquiera en silencio.
En un tiempo marcado por la inteligencia artificial, la robotización y la medicina personalizada, necesitamos más que nunca reivindicar lo humano, porque una persona que se siente acompañada es una persona que colabora mejor con su tratamiento, que vive con mayor bienestar y que consume menos recursos sanitarios. Es imprescindible visibilizar esta realidad y entender que la soledad no es solo una emoción, sino un determinante social que compromete el bienestar integral.
Acompañar, sinónimo de humanizar
Hoy, desde la gestión sanitaria, defiendo que humanizar significa anticiparse, escuchar y tejer redes. Es necesario generar una cultura organizativa que valore el acompañamiento como parte esencial del cuidado. Que la pregunta «¿con quién volverá a casa?» sea tan importante como «¿qué medicación llevará?». Porque acompañar es, en última instancia, el acto sanitario más humano que existe.
Como gestora hospitalaria, he vivido experiencias que se convierten en palancas de cambio: detectar temprano, preguntar sin miedo, cuidar las relaciones, no solo los indicadores y tecnología con alma. Como decía Jane Goodall: “Poner corazón a la tecnología”.
Integrar ciencia, tecnología y calidez humana debe ser una obligación ética y estratégica. Si queremos un sistema de salud resiliente, empecemos por asegurar que nadie, ni paciente ni cuidador, vuelva a sentir aquella angustia infantil que marcó mi vocación.
Como decía Lévi-Strauss: “Un humanismo bien ordenado no comienza por sí mismo, sino que coloca el mundo delante de la vida, la vida delante del hombre, y el respeto por los demás delante del amor propio”.
Por Almudena Santano, secretaria del patronato de la Fundación Humans.