Desde que leí, siendo estudiante “La interpretación de los sueños” de Sigmund Freud del año 1899, me han fascinado los materiales oníricos, como elementos del inconsciente que afloran a la conciencia durante el sueño, de manera traicionera y aprovechando que los mecanismos de censura están relajados.
Es mucho lo que he leído sobre los sueños y muchos mis intentos por llegar a una cierta comprensión que me aporte significados coherentes y lógicos sobre mi estructura de la personalidad. Existen muchas teorías y técnicas sobre la interpretación de sueños, pero me quedo con la metodología gestáltica, que aborda el sueño como un todo, donde todos los elementos que afloran en el mismo son elementos pertenecientes al durmiente. Esta aproximación fenomenológica, está en estrecha relación con la “Teoría imaginal” de James Hillman, que ha centrado mi interés en los últimos años. No obstante y pese a teorías y métodos, aún no puedo atravesar una cierta barrera o dificultad para poder interpretar mi propio material onírico. Por eso desde hace algunos años, trato de escribir algunos de ellos y llevar, no sin cierta irregularidad, un cuaderno de bitácora de los que, que a mi parecer, son más significativos.
Esta noche pasada, he tenido el siguiente sueño, que reto a los lectores adiestrados, a que traten de interpretarlo:
Estoy ingresado en un hospital antiguo. Tengo una dolencia, pero parece ser que es ficticia. En este hospital estoy encerrado y como si fuera una cárcel, no se me va a dejar salir bajo ningún concepto. Mi imagen continuamente se desdobla. En ocasiones soy yo y en otras soy una pálida muchacha joven, parecida físicamente a Ana Frank.
En el interior hay muchas personas que me aprecian y me quieren, pero por un extraño imperativo no puedo escapar de allí y quiero hacerlo. Lo más curioso es que, y sin saber muy bien cómo, a veces salgo y algunas personas en el exterior planifican mi salida de manera minuciosa. La primera vez fracasan y la segunda vez, parece que con cierta convicción, será un éxito. Todo depende de que un pequeño ratón se introduzca en el hospital sin ser visto. Atado a su pequeño lomo, porta una llave, parece que es la llave de mi salida. Esa noche, parece que el ratón ha cumplido su objetivo y me confirman que mi salida será a la 1:30 de la madrugada. Me cambiarán la identidad y el hospital no se dará cuenta de mi ausencia.
Marcho por los pasillos del hospital, con la clara intención de despedirme de mis amigos que también están allí. Entro en una sala y hay un viejo amigo, anciano que juega una partida de ajedrez con un joven. Caigo en sus rodillas y apoyado en su regazo, lloro de manera desconsolad;, pero según lloro, cada vez me encuentro mejor. El mirando a su joven contrincante solo dice: “!Fíjate bien y mira como llora!”.
Este es mi pequeño tesoro onírico. Si alguien me da alguna pista, estaré me comprometo a mostrarle más vivencias que puedan complementar la interpretación.