Escribo este texto con motivo del día del padre, 37 años después del fallecimiento de mi querido padre. Pero no puedo resistirme a decir: ¡Felicidades, papá!
Curiosamente también en estos días he terminado de leer un fantástico libro de un gran autor de las letras españolas, Gustavo Martin Garzo, dedicado a su padre y en honor del padre de los padres, San José, titulado: “El lenguaje de las fuentes”.
En este texto Gustavo Martin Garzo narra la vida, sentimientos y recuerdos del viejo José, ese carpintero mayor, que se desposó con la joven María y que ha pasado de puntillas por la historia evangélica, sin hacer ruido ni buscar protagonismo. Ese hombre maduro, que luchaba con sus dudas e incertidumbres, ese hombre habituado al contacto de la materia y que luchaba con lo sobrenatural. Curiosa coincidencia, no buscada, que finalizara este maravilloso libro en un día tan señalado.
Dicen los psicólogos, que de eso saben mucho, que los padres reproducimos los hábitos, educación y costumbres de los nuestros. A mí por desgracia mi padre no me pudo enseñar a ser padre, pues lo perdí muy pronto, quizás demasiado pronto en la vida, aunque vislumbro que esto no es tan cierto porque él sigue vivo en mí. Ahora yo soy padre de dos maravillosos hijos y ellos me han enseñado a ser padre. No sé si soy buen padre, ni lo que se considera ser buen padre, pero lo que sé es que les quiero con locura y me deleito abrazándoles y besándoles, cuando ellos se dejan. Ellos me han ayudado a ser hombre, a ser padre, pues como decía Romain Rolland, “se necesita un instante para hacer un héroe y toda una vida para hacer un hombre”.
En este instante aún puedo sentir las caricias de mi padre, su cálida mano, su sarcástico humor y su sabiduría práctica de la vida. Aún recuerdo, con viva intensidad, nuestros paseos por el campo, nuestras conversaciones sobre la vida, lo divino y lo humano. Mi héroe, mi amigo, mi guía, me dejó muy pronto, pero puedo ver que su desaparición no fue en vano, su ausencia es relativa, su germen está en mi interior, mi padre vive en mí.
Y es que quizás esta complicada vida, pueda entenderse como una eterna continuación de unos a otros y cuando me miro en el espejo, es a él a quien veo, cuando gasto una broma, le siento a él y cuando le recuerdo, le traigo y materializo al aquí y al ahora. ¡Padre, cuántas cosas que decirte, cuántas que contarte, cuántos sentimientos y vivencias!. Recuerdo aquellos consejos tuyos sobre las mujeres, sobre la amistad, sobre el honor y la valentía de un hombre, sobre mi futuro. Soy lo que tú hiciste de mí en aquellos años, soy tu querido hijo que aun te llora en la noche oscura, perdido en la vida, buscando tu mano firme y tu abrazo universal.
¡Gracias y felicidades papá!.