Todos recordamos con verdadero cariño a un profesor o profesora que ha marcado nuestras vidas, esas personas especiales que guiaron nuestro destino y que sembraron en nosotros el afán de aprender. En mi caso, recuerdo a un profesor que tuve en mi adolescencia llamado Don Dionisio, que impartía historia y arte. Aquel maestro bajito del norte de España, trasmitía los conocimientos enciclopédicos con una viveza, claridad y entusiasmo, que contagiaban al más vago y despistado del aula. Aquel hombre tenía algo; como diría Lorca, un “duende” que encendía el intelecto y agitaba el espíritu. Sin lugar a dudas debo a Don Dionisio mi gran afición al arte y a la historia. Aún recuerdo después de tantos años sus explicaciones acerca de su artista preferido, el Greco. Aquellas clases eran puro teatro, el profesor se trasformaba, interpretaba los cuadros como si él mismo fuera el modelo, y el pintor trazara sus pinceladas sobre su cuerpo.
Y es que… no es lo mismo “ser el profesor que mi maestro”, como tampoco lo es “ser el doctor que mi médico”. Como en la vida no existen coincidencias, hace unos días, mientras volvía a ver la película “El lenguaje de las mariposas”, donde el grandioso Fernando Fernán Gómez interpretaba a un viejo maestro republicano de un pueblo de Galicia que embelesaba a su pequeño alumno “gorrión”, finalizaba la lectura de un libro del gran humanista George Steiner, titulado “Lecciones de los maestros” y que aborda con una erudición desbordante los “misterios” de tan sagrada relación: la del alumno con su maestro.
Steiner, premio Príncipe de Asturias del año 2001, profesor en las mejores y más prestigiosas universidades europeas y americanas y posiblemente, junto a Harold Bloom y Todorov, uno de los humanistas más grandes de todos los tiempos, nos hace un retrato magistral de los elementos que se ponen en juego en la sagrada disciplina de la enseñanza, porque para Steiner, la enseñanza es SAGRADA con mayúsculas. Para ello basa sus reflexiones en los grandes modelos arquetípicos de la historia y sobretodo, en lo que él considera que es el eje fundamental de toda la corriente de pensamiento occidental, la relación entre Sócrates y Platón y la que Jesucristo tenía con sus discípulos. También adereza estas reflexiones con la relación entre Husserl y Heiddegger y las de éste con Hanna Arendt.
Steiner pone de manifiesto que para ser un maestro carismático hay quevivir como un maestro, pues el propio maestro enseña con su propia vida, trasmite con su ejemplo, diríase que por osmosis. Además el factor que más se pone en juego es EROS, pues se produce una relación de amor y dependencia hacia el maestro que, añadida a la admiración y la sumisión, hacen que el proceso de transmisión de conocimientos sea algo más complejo que un simple traslado de pensamientos e ideas de una mente a otra. Por eso esta relación es mágica, porque se produce desde un marco especial, donde el pupilo necesita emular e imitar al maestro y donde éste realiza un acto de máxima generosidad.
En estos momentos, de gran duda e incertidumbre económica, ética y por qué no, metafísica, recuperar los valores tradicionales que durante milenios han inspirado nuestras vidas, se hace necesario. El sistema funcionarial-administrativo, ha sido un gran veneno corrosivo para la ética y el desempeño de muchas profesiones y oficios, pero en el caso de la enseñanza y la medicina, esto ha representado un golpe mortal.
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