La vida de toda persona está plagada de señales, signos, avisos y también advertencias. Lo más importante es no pasar como un zombi por la existencia, sino estar despierto, vivir con intensidad los momentos que nos depara la vida y saber interpretar esas señales, que nos indican el rumbo correcto, la dirección y velocidad a la que tenemos que dirigir la nave de nuestra existencia.
HabÃa terminado la carrera de medicina y habÃa conseguido un trabajo como médico de una piscina privada en Madrid, mientras preparaba el acceso al MIR. Estaba hecho un lÃo, pensaba que habÃa sido un error haber cursado 6 años de medicina, mis inquietudes artÃsticas y humanÃsticas me decÃan que cursara otra carrera, quizás filosofÃa; o por el contrario, que me presentara y preparara para ser un futuro psiquiatra. Mientras, simultáneamente estaba becado por la Universidad Complutense de Madrid, para la realización de mi tesis doctoral sobre las bases moleculares de la esquizofrenia y por si no fuera poco, tenÃa pendiente mi servicio militar obligatorio. Mi vida era un caos, nadaba en un mar de dudas y pensaba que mi vida carecÃa de sentido, nada parecÃa coherente y mi existencia era un péndulo, que a velocidad vertiginosa, se movÃa entre extremos irreconciliables.
Una tarde, vagabundeando, ya sabéis una de mis aficiones favoritas, por la cuesta de Moyano de Madrid, en mis manos cayó un fino libro escrito por un médico austriaco que yo no conocÃa. No sé que me atrajo de él, pues la encuadernación en rústica era más bien fea, nada llamativa. Eso sÃ, el tÃtulo era sugerente: «El hombre en busca de sentido». Por un momento el libro pareció dirigirse a mÃ, ¿era quizás yo ese hombre?, ¿estaba trazado allà mi destino?. Me acuerdo después de 25 años, que apenas leà el Ãndice. Guiándome por un impulso irresistible, lo compré y a poco más de200 metros, sentado en una cafeterÃa, devoré sus páginas, convencido que allà se hablaba de mÃ, de mi vida, la solución a mis problemas… Aún lo conservo, desgastadas y descoloridas sus páginas por el uso, envejeciendo junto a mÃ. Las arrugas de sus páginas, son las arrugas de mi rostro. Efectivamente, era una señal, hablaba de mà y el libro salió a mi encuentro y yo al suyo…; sin duda, mi vida cambió. Confié en el destino, me dejé llevar por mi instinto, no por mi cabeza sino por mi corazón. Solté amarras, no empuje mi vida, no interferà con nada que saliera a mi paso, vivà el momento con intensidad, tanto la felicidad como el dolor y eso me hizo más humano.
A mis alumnos de medicina y a muchos de mis pacientes les he recomendado la lectura de esta magnÃfica obra, que narra la verÃdica historia de un joven psiquiatra vienés, llamado VÃctor Frankl, encarcelado con toda su familia en un campo de concentración nazi. Nunca más volvió a ver a su joven esposa, ni a sus padres y hermanos. A punto de sucumbir y morir en el campo de concentración, desesperado por el dolor fÃsico y psÃquico, abandonado a su suerte, resignado a su fin inminente, allà rodeado de muerte y dolor, encontró sentido a su vida y este hecho le hizo, no solo vivir, sino dar lo mejor de sà mismo y eso le hizo grande, auténtico y le ayudo a sobrevivir. Con el tiempo Frankl se convirtió en uno de los más famosos e importantes psiquiatras del mundo y sus experiencias florecieron en una técnica psicoterapéutica, utilizada por millones de seres desesperados en todo el mundo: la logoterapia.
Hoy me siento más en deuda con VÃctor Frankl que nunca, y quiero re-actualizar su recuerdo y su gran contribución al desarrollo del ser humano, no solo por haber sido un libro decisivo en mi vida (mi primer artÃculo cientÃfico fue un comentario a su trabajo), sino por haberme ayudado en momentos de dificultad. Hace unos dÃas mi hija Sara, la pequeña se graduó con honores y gran éxito en su reciente cometido estudiantil, terminó el bachillerato. Su estado en estos momentos, antes de realizar la selectividad, me recuerda a mi estado en aquellos dÃas de mi juventud. Mientras leÃa a petición de sus profesores un discurso de «padre emocionado», llegó a mà el recuerdo de VÃctor, y por eso quiero decirle, desde estas páginas a mi querida hija, que confÃe en ella, en su corazón, su Vida tiene sentido, ella sabrá leer las señales de su propia vida y encontrar el sendero menos serpenteante. Para nuestra familia, ella en sà misma ha sido el sentido de nuestras existencias.
Gracias Sara.
Acceso a compra: El hombre en busca de sentido