Cuando era un niño, mis padres me regalaron un libro de arte que recogía las obras pictóricas más destacadas de la Historia del Arte. Ya sabéis: “Todo lo que usted necesita saber sobre la pintura en 10 días”. Un libro muy bien ilustrado y con poco texto. Cuando lo abrí al azar, me asaltó una imagen de una tremenda realidad y fuerza. Fue como una explosión de lo sensorial. Tal es así, que después de muchísimos años, aún lo recuerdo.
Estoy convencido de que esta “aparición”, marcó mi futura afición a la pintura, junto con la que ya os relaté, del descubrimiento de “La Lechera de Vermeer”. La imagen es bien sencilla: Una comida o cena de amigos, ambientados en una época antigua, donde un tabernero sirve las viandas y tres amigos comen y charlan con aparente atención. Llama la atención, el personaje central, un joven, gordito, imberbe, que centra toda la atención de sus amigos, con un majestuoso gesto con su mano izquierda, elevándose sobre la mesa, en una actitud sacra de bendición. Sus amigos, están expectantes, incluso uno de ellos hace ademán de levantarse de la silla, en un gesto de sorpresa. El tabernero está ausente de la escena.
El otro comensal-amigo extiende los brazos en cruz, en una actitud de explicación, semi-justificativa. Resalta el cesto de frutas magnífico que tienen los comensales y el rojo de la túnica del personaje central, aunque debo reconocer, que su rostro llamaba poderosamente mi curiosidad, pues es asexuado, con una gran tranquilidad y belleza. Toda la escena expresa fuerza y energía.
Os invito a contemplar este cuadro, su titulo es la “Cena de Emmaús”. Su autor, un genio del barroco Italiano, Caravaggio. Esta escena relata el episodio de la Resurrección de Cristo. Al principio no reconocen al caminante, pero en la mesa y cenando con él, cuando Éste bendice los alimentos, reconocen al Maestro, este es el momento que narra esta maravillosa pintura.
Desde ese primer encuentro con un gran Maestro del Claroscuro, y desde niño, muchos de mis mejores momentos los paso degustando sus pinturas.