El ser humano observado en su más profunda esencia, requiere de un pensamiento “politeísta”, que solo se puede tener a través de la combinación de lo empírico y lo analógico. El pensamiento cartesiano que inunda toda la era moderna conlleva un desarrollo científico-técnico, en contraposición a un empobrecimiento del resto de los saberes y conocimientos de las ciencias humanas. En los tiempos que corren esta situación cientifista llevan a situaciones delirantes, como el diagnóstico y manejo de muchos enfermos a través de ordenadores y máquinas robotizadas que no requieren en absoluto de la presencia y el análisis humano. Hace unos meses contemplábamos con estupor cómo en un famoso hospital norteamericano un engendro robotizado, dotado de movimiento, realizaba las visitas a los pacientes ingresados en dicho hospital. Todos los datos los remitía a una central de análisis, desde donde se ejecutaban todas las acciones. Los pacientes entrevistados manifestaban su asombro, y dicha situación les parecía salida de un libro de Asimov. Sería interesante preguntarse qué es lo que puede aportar dicho ingenio informático a un paciente moribundo terminal, a una decisión crítica en bioética, o simplemente al consuelo del dolor humano.
En esta época de ciencia y empirismo a ultranza, valores profesionales como la ética, la deontología, la compasión y el respeto, han dejado de existir para dar paso a la biología molecular, la cirugía microscópica, y un largo etcétera. Cuando un ser humano está enfermo, aparece todo un cortejo de sensaciones y emociones muy diversas, desde el miedo a la muerte, la ansiedad, el aislamiento, el rechazo, etc. El despertar de estas emociones sólo puede ser manejado y contrarrestado a través de la habilidad y destreza de un profesional sanitario, cualificadamente técnico y humanamente sensible. La pérdida de valores profesionales conlleva una pérdida ostensible del compromiso del profesional con el ciudadano. La relación médico-paciente se establece en un marco de confianza, donde la comprensión, el respeto y la lealtad son la base. No se puede ejercer una medicina integral sin un compromiso serio y decidido, que se sustente a su vez en unos valores profesionales humanísticos.
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