El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung afirmaba que en el desarrollo y discurrir normal del ser humano, es muy habitual que, en la edad media de la vida, se presente una crisis existencial, una «neurosis noógena». El ser humano, dedicado en la primera mitad de la vida a consolidar una biografía, apuntalar una profesión y, en definitiva, buscar el éxito, la solvencia económica…. se enfrenta a un vacío existencial cuando se contempla el otoño de la existencia y nuestro horizonte mortal.
Según Jung, es aquí, en esta fase de la vida, donde el ser humano potencia sus cualidades más humanas y espirituales, aquí se producen las trasformaciones, las metamorfosis. Yo estoy en el ecuador de mi vida (al menos por probabilidad estadística), contemplo mis éxitos y mis fracasos, contemplo mi vida como una película donde los protagonistas van desapareciendo de escena, donde una vez más y con mayor nitidez que nunca, contemplo mi “YO” ramplón, mísero y convencional.
Mi existencia se convierte en una gran cebolla repleta de capas superpuestas, pero en el fondo sigue estando el niño asustadizo, travieso y creativo. No tengo nada que perder, hay que zambullirse en la vida, hay que dejar atrás temores infundados y vivir, porque aún espero mucho de la vida, pero desde luego, lo que espero es saborear cada momento como si fuera el último, deambular sin rumbo por calles y campos, sentir la caricia de mi compañera, vivir la pasión de mis hijos piel con piel y sentir los latidos de mi corazón, como si una galaxia estallara en mi interior.
¿De qué sirve el éxito, el reconocimiento y la adulación?. Solo quiero SER, y agradezco y quiero a los que me permiten SER cada día. Nadie puede impedírmelo, el que lo intentara es porque No ES, y nada representa en mi SER.