Estoy totalmente convencido de que en los momentos convulsos que vivimos, donde la crisis económica es tan solo la punta de un problema más complejo, donde el relativismo moral y el descrédito de los valores humanos son moneda común, hace falta volver a nuestros orÃgenes, para mirarnos cara a cara al espejo nÃtido de la verdad y reconocer el camino, entre las penumbras del desánimo y la angustia existencial.
Por esto y por otras razones traigo aquà a un sabio humilde y desenfadado (como lo son todos los grandes del espÃritu), que creÃa que la vida bien vivida, consistÃa en ser felices y ser buenas personas. Nuestro personaje vivió en el año 55 dC y, aunque nació esclavo en Frigia, sus grandes dotes intelectuales y personales, llevaron a su dueño, el administrador del emperador Nerón, a concederle la libertad. Como le ocurrió a Sócrates o a Cristo, no hemos encontrado ningún vestigio literario de su puño y letra, pues era un conferenciante nato, pero su discÃpulo Flavio Arriano, recopiló su pensamiento, en el «Manual de vida«, que es el libro que hoy quiero recomendaros,; su autor Epicteto.
De vida humilde y alejada de la sórdida vida romana, inspiró su pensamiento estoico al gran emperador filósofo, Marco Aurelio, que fue discÃpulo suyo. Sus coordenadas: la vida sencilla, la humildad y la rectitud y virtuosidad de las acciones correctas. El pensamiento estoico influyó poderosamente en el pensamiento cristiano; tal es asÃ, que podemos afirmar con rotundidad que los dictamines morales cristianos beben directamente de este pensamiento estoico. Aun asÃ, algunas afirmaciones de Epicteto, podrÃan ser suscritas por otras tradiciones sapienciales, como el Taoismo, véase :
«Compórtate siempre, en todos los asuntos, grandes y públicos, o pequeños y privados, de acuerdo con las leyes de la naturaleza. La armonÃa entre tu voluntad y la naturaleza, deberÃa ser tu ideal supremo».
A lo largo de todos mis años, hay un principio de Epicteto que siempre he tratado de llevar a gala y que refleja su espÃritu, que siempre me acompaña: «Concededme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las que sà puedo y la sabidurÃa para establecer esta diferencia», plegaria de la serenidad.