El ARTE, con mayúsculas, es decir, la clara y diáfana expresión estética de la belleza, mueve el alma. Quizás sea por eso, por lo que los terapeutas lo utilizan como herramienta de trabajo. Hace no demasiado leí un interesante libro del psicoterapeuta Piero Ferrucci, titulado «Belleza para sanar el alma«, donde hablaba de la importancia de la educación estética en nuestras vidas, en la capacidad de entrenar la percepción para apreciar la belleza de nuestro entorno, de nuestra vida cotidiana y como no, del arte. Si fuéramos capaces de percibir la belleza en toda su amplia dimensión, nuestro espíritu sería tocado por la divinidad.
Todos sabemos que nuestro ideal de belleza es muy particular, tanto como nuestra idea de felicidad, nuestra idealización del amor, e incluso del sentimiento religioso, pero también es cierto que hay sensaciones de lo eterno que son universales.
La inmersión en una obra de arte que nos hace sentir que allí hay algo eterno, imperecedero y claramente atemporal. Esta sensación de lo eterno, de lo intemporal, de la belleza, yo siempre la he experimentado contemplando algunos lienzos de Leonardo como «La virgen, el niño Jesús y Santa Ana» y leyendo algunos libros de Hermann Hesse como “Peter Camenzind».
No sé lo que será, pero reconfortan mi espíritu y mi agitada alma. ¡Deseo que también la tuya!