Toda la literatura iniciática y romántica establece unos cánones precisos de funcionamiento, que hacen alusión a temas de gran profundidad psicológica y espiritual, el encuentro entre los amados, las sensaciones y percepciones, el espacio mágico, etc.
Toda la literatura de amor, está plagada de este tipo de situaciones, donde se produce un encuentro mágico entre dos seres, hombre y mujer, un encuentro de opuestos, una boda o hyerogasmos, donde a través de la conjunción de los opuestos, se es capaz de poner en marcha el ciclo del cielo y de la tierra, la alquimia de la vida.
Todos los poetas románticos de la literatura universal han puesto de manifiesto con gran maestría ese encuentro especial y único, donde la amada y el amado se encuentran por primera vez, se miran, el tiempo se detiene y el universo conspira a su favor.
Mi poeta romántico español preferido, Gustavo Adolfo Bécquer, lo narra con la misma maestría con la que Dante nos relataba su encuentro con Beatriz, en «el monte de las ánimas«. El Señor feudal atraído por el misterio profundo de la existencia, penetra sin saber muy bien por qué, en el profundo bosque, el bosque ignoto, luminoso, repleto de emoción, misterioso y colmado de las fuerzas de la tierra. Allí, tras sortear peligros, dificultades y otros obstáculos de tipo personal, con miedo, incertidumbre y duda. Allí, en el lugar más recóndito del bosque, en ese lugar apartado, inexpugnable, donde nadie es capaz de llegar, hay un bello lago y esperándolo a él, una bella dama. Esta dama, nunca vista por el caballero, de extraordinaria belleza, misteriosa y sobrenatural, no está allí por causalidad, ella está allí esperándolo a él y solo a él. Esa es la magia del encuentro, es un encuentro mágico lleno de contenidos, donde el caballero es engullido por el espíritu del alma femenina. Este tipo de encuentros también los estudió Jung hace muchos años, reflejando en ellos, que es un encuentro entre “anima y animas”, es el hyerogasmo, la unión sagrada de los dos seres, que genera una integración universal.
Quien piense que este tipo de encuentros son solo encuentros ficticios, sobrenaturales y novelescos, debo de decirle que está muy equivocado.
Hace ahora 33 años, un joven estudiante de medicina penetró tímidamente en la gran aula magna de la facultad de medicina de la Universidad Complutense. Había sorteado varias pruebas, había luchado por estar allí, pese a que el destino se encargó de resistirse una y otra vez, pero por fin él consiguió su objetivo, ser estudiante de medicina, ser el elegido y allí estaba, después de arduas luchas morales, personales e internas que le habían producido muchas heridas. Desde la entrada del anfiteatro de la universidad, tímido, nervioso y a la vez ufano por lo conseguido, miró a su alrededor, aspiró aire profundamente, hincho sus pulmones, subió los hombros y expandió el tórax.
Miró sin mirar, a todos sus compañeros como una masa ingente, sin discriminar a nadie ni a nada. Pero sus ojos se detuvieron en las primeras filas, en una joven morena, de belleza singular, cuyo rostro estaba iluminado por una luz irreal y especial. Los dos repararon en el encuentro, ella tímida, apenas quería mirarle, él hipnotizado por el encuentro. El, sintió que ella estaba allí para él, no era una muchacha cualquiera, ella era su ánima, ella era su alma gemela. Sus ojos se encontraron y en menos de un mes sus manos se fusionaron en un encuentro estrecho, que después de 30 años sigue día a día repitiéndose con la misma magia, el mismo misterio.
Ella es mi amor, ella ha estado esperándome durante tiempo y seguirá haciéndolo, ella es la que es y esta es mi gesta, donde mi doncella forma la parte fundamental de mi vida.
Gracias al universo por habernos hecho encontrar y gracias al destino porque nuestros caminos transiten por la misma senda.