Mis padres eran enfermeros y mi niñez trascurrió entre quirófanos, hospitales y batas. Desde muy pequeñito, me sorprendía el halo de sabiduría de los galenos y esa capacidad casi mágica para acceder a lo oculto, al misterio y, en definitiva, a la vida. Esa confrontación con la muerte y la vida, las pasiones y las emociones y la capacidad para facilitar la sanación, marcaron desde que era un niño, mi vocación para ser médico.
En mi casa se contaban historias de médicas, mis héroes eran los grandes galenos de la historia, Gregorio Marañón, con el cual mi madre trabajó en el Hospital de San Carlos, y al que idolatraba, por lo que supuso para mí un ejemplo a seguir. Él era el hombre virtuoso, sabio, bondadoso, capaz de investigar los humores tiroideos y de hacer una caricia a un pobre mendigo, capaz de estudiar eruditamente la historia de España y a la vez, de levantarse políticamente contra la injusticia. Don Gregorio fue mi mentor, en la lejanía de los tiempos y las épocas, estaba presente en mi vida, sin que yo me percatara de su influencia. Marcó mi destino, fue mi «Daimon» y yo seguí tímidamente la estela de los relatos que mi madre me enunciaba entusiasmada en la cena.
Han pasado muchos años y, después de un ejercicio intenso de 25 años como médico, mis experiencias se sedimentan y afloran en las páginas de mi último libro: “El arte de ser médico”, editado por Península y prologado por un grande y colosal maestro, el Dr. López Ibor, maestro de maestros del cual me siento orgulloso de haber sido discípulo; y con el epílogo del filósofo y entrañable amigo Javier Sádaba.
No es este el lugar de hacer un panegírico promocional sobre mi libro, pues me produciría vergüenza hablar sobre algo tan íntimo como una obra salida de mis vivencias…..prefiero hablar de las obras de otros, pero sí me gustaría justificar mi decisión vital, que se sustancia y materializa en este texto, que comencé a gestar calladamente hace mas de 20 años, fruto de un imperioso impulso de reivindicar una bella profesión, una profesión donde ciencia, arte y aptitud, se dan la mano, para poder enfrentarnos con humildad y determinación a la vida y la muerte.
Esta es mi humilde contribución al ejercicio médico, que espero y deseo que pueda ser leída, consultada y puesta en práctica por estudiantes, residentes y compañeros, para reinventar y revitalizar nuestro Juramento Hipocrático y poder llegar a ser «médicos buenos y buenos médicos».