En este blog hemos loado en varias ocasiones la figura del profesor, del maestro, del mentor que es capaz de sacar lo mejor de nosotros, aún cuando todavía no creamos en nosotros mismos. Este relato que nos remite nuestro amigo Nacho Cantero, refiere un encuentro entre el viejo maestro y su alumno y demuestra y pone de manifiesto cómo esta relación, basada en el amor, el respeto y la generosidad, rompe los esquemas del espacio y del tiempo, para convertirse en eterna.
Debo decir que yo he sido uno de los privilegiados que ha sido capaz de vivir esta experiencia relacional, como en el caso de mi maestro D. Pedro Laín Entralgo, o en la lejanía, con el Profesor Severo Ochoa. Pero de igual manera, he sido testigo también de todo lo contrario, la «manipulación por parte del maestro». Y es que cuando vas cumpliendo años, te encuentras con algunos profesores, que no maestros, que se aprovechan del aprecio que muchos de sus alumnos le procesan, a veces con entrega y generosidad, para su beneficio propio, poniendo de manifiesto que no merecen ese calificativo, aún cuando con ello también enseñan, en este caso, que nunca fueron ni serán el maestro que creiste que era, por más que sean y seguirán siendo profesores.
«Maestro es de aquél del que tienes y debes aprender, mientras que
Profesor es simplemente el que cree que tiene algo que enseñar»
Por eso, y como la historia suele ser justa en sus relatos, mejor quedémonos con este entrañable relato que pone de manifiesto la grandeza del ser humano, para que nos ayude a reconocer a los verdaderos maestros y la auténtica relación maestro-alumno.
Gracias maestro, ¡vive en paz profesor!, por Ignacio Cantero
Esta mañana, saliente de una guardia de esas que los médicos de urgencia solemos denominar “pesada”, decidí dar un paseo tranquilo y relajante, sin prisa, viendo la gente pasar y saboreando el incomparable paisaje soleado de una de las bahías “más bellas del mundo”. Al poco de iniciar el paseo veo cómo se va acercando en dirección opuesta a mi marcha, un anciano de avanzada edad, pero con muy buen porte. Caminaba con paso ligeramente dubitativo y cogido a su brazo una chica joven que le ayudaba, sin ayudar, a dirigir sus pasos. Inmediatamente le reconocí, y tras un intento de acercamiento, recibido con ligero azoramiento por parte del anciano, que me hizo desistir, lo intenté una segunda vez.
El anciano detuvo su caminar, un poco a instancias de su acompañante al verme tan decidido a dirigirme a él. Le cogí tiernamente la mano y casi susurrando le pregunté ¿Profesor no se acuerda de mí?, el anciano iluminó su rostro con una sonrisa pero no contestó, su acompañante se presentó como cuidadora y me susurró “tiene Alzheimer no creo que le reconozca”. Yo insistí, y le aclaré “Soy médico y nada más terminar mi carrera Vd me recibió en su despacho y me sugirió acudir a Barcelona y hablar con el Dr Dexeus”. Creo que el anciano al oír la frase, y mediante algún complejo sistema de conexión neuronal enlazó en algún lugar recóndito del cerebro las palabras; médico, despacho, Barcelona y Dexeus y esbozó una sonrisa apretando ligeramente mi mano.
El anciano de este encuentro, cuyo nombre me voy a permitir no citar, fue el último Director de un afamado Hospital, uno de los buques insignia de los hospitales de este país. Recuerdo tal como si fuera hoy, cómo nada más finalizar mi carrera y haciendo gala de la osadía propia de la juventud, me presenté una mañana a la puerta del Director del Hospital y pedí hablar con él sin conocerle nada más que de vista en alguna de sus clases. Como ya he adelantado, me recibió con una amabilidad, simpatía y sencillez propia de aquel que se siente seguro, querido y respetado en su puesto, irradiaba poder, humildad y autoridad. Como los emperadores romanos que tenían la «auctoritas» y la «potestas».La potestas (el poder) se la otorgaba el propio cargo, es decir, el pueblo, pero la auctoritas (autoridad), o bien la traían consigo, o tenían que ganársela, me refiero a la autoridad moral del que se sabe escuchado porque tiene algo que decir, y no por el cargo que ocupa en ese momento.
En la charla que mantuvimos se interesó por mis inquietudes, por mis temores, por mi futuro, este último era sin duda el objeto de la entrevista solicitada y me recomendó contactar con el Dr Dexeus, quien según sus palabras estaba iniciando la investigación sobre la fecundación “in vitro” y eso iba a ser la solución a futuro para los problemas de infertilidad.
No mucho tiempo después de esa charla, el puesto de mi interlocutor fue sustituido por un gerente, un director médico, y dos subdirectores médicos, todos ellos con sus correspondientes secretarias. Había empezado la era “moderna” de la gestión sanitaria. Tal vez, para algunos, me esté retrotrayendo a una época en la que la relación que estoy describiendo pueda ser tildada de “paternalista”. Creo que nada más lejos de ese aserto, no podemos entender como paternalismo el interés demostrado por el superior jerárquico en escuchar, orientar y, ayudar si llega el caso, a los médicos recién terminados como compañeros de profesión que son.
De alguna manera la politización de la gestión en sanidad ha traído consigo una despersonalización de las relaciones entre el administrador (gestor) y los administrados, o lo que es lo mismo, entre el médico gerente y sus compañeros médicos trabajadores de a pie. Anteriormente, y siempre en líneas generales, a la dirección de los hospitales y demás instituciones se llegaba con el currículo ya hecho y los conocimientos ya adquiridos en la mochila. En la actualidad, y salvo honrosas excepciones, a la gestión se llega sin currículo y sin conocimientos sobre administración y gestión, estos ya se irán adquiriendo con el tiempo: ¡paga la Administración¡. Recordemos nuevamente la autoritas y la potestas de los emperadores romanos, el poder lo otorga el cargo, la autoritas hay que traerla puesta ya de casa, pues el cargo no la otorga.
Me emocionó encontrar esta mañana al anciano paseando tranquilamente, acompañado de su Alzheimer, inmerso en su mundo de recuerdos y seguro que también con el recuerdo de muchos de los médicos en ciernes que, como yo, recibimos su exquisito trato y atención. Vive en paz ¡profesor¡, Gracias maestro.