El otro día, un buen amigo mío, me relataba con cierto estupor la grave enfermedad de su suegro y lo que él estimaba que era un error médico. Su suegro, persona de edad, gravemente enfermo de cáncer, tuvo una infección y su situación basal se complicó de manera importante.
Su anciana suegra llamó al médico de cabecera, al médico que llevaba atendiéndole más de 20 años y éste, ante su sorpresa, resolvió decirle que no se preocuparan, que paracetamol y tranquilidad. Mi amigo me refirió que su suegra afirmó: “esto no es normal, aquí pasa algo”, llamó a urgencias y el anciano fue ingresado con una grave infección sistémica que ha puesto en jaque su vida.
Esta anécdota revivió en mí el interés por la capacidad de percepción que debe de poseer todo médico. El médico debe tener capacidad de empatía, escuchar atentamente y ser perceptivo al mundo del paciente y su entorno. Hace muchos años aprendí que, cuando una madre o una pareja con largos años de convivencia te afirman que algo pasa, siempre, sin excepción, hay que pensar que es cierto y bucear en la búsqueda de indicios y pistas.
Hace 15 años, una madre angustiada, me imploraba que su hijo de 14 años tenía algo que le producía dolor de espalda, no era normal, aquello era algo “especial” para aquella madre…y vaya si lo era, era un sarcoma óseo. Todo médico debe de estar atento a signos y síntomas, pero también debe de ser receptivo a los fenómenos que se despliegan a su alrededor, aunque muchos de estos, sean tan intangibles como una suposición o creencia, a la que tendrá que asociar «o no» una realidad manifiesta.